Agricultura: El secuestro de carbono y la salud del sistema
El incremento de la productividad agrícola y la mitigación de los gases de efecto invernadero: dos claves de la sostenibilidad
La Asociación Uruguaya pro Siembra Directa (AUSID) realizó el Primer Encuentro Nacional de Agricultura Sostenible, entendiendo que el sector agrícola necesitaba un espacio de discusión sobre la sostenibilidad de los sistemas, donde se congreguen distintos actores del sector. “Este año decidimos poner foco en la captura de carbono, su vínculo con estrategias para aumentar la productividad y su relación con tecnologías de procesos que promueven una agricultura sostenible”, indicó la institución en su página web. Allí AUSID también señala que “en sus 30 años de historia ha contribuido a través de innumerables proyectos de investigación y difusión científica al desarrollo nacional de una agricultura sostenible”.
Santiago Álvarez, coordinador técnico de AUSID, dijo a VERDE que la temática del primer evento sobre agricultura sostenible surge por las “diversas demandas que provienen desde el propio sector agrícola, ya sea de técnicos o productores, cómo también desde la sociedad. Hay preguntas y planteos que persiguen el objetivo de lograr sistemas sostenibles”.
Álvarez explicó que “el carbono es un indicador que marca muy bien cuando las cosas se están haciendo bien o mal. Está asociado con la contaminación y el cambio climático, pero también es materia orgánica”. Describió que los sistemas que generan materia orgánica a través de buenos aportes de rastrojos y de buena calidad “son sostenibles y aquellos que no lo hacen empiezan a emitir carbono, y cuanto más se pierda, más se degradará el suelo”.
Los CONSUMIDORES Y UN SISTEMA SOSTENIBLE
Partiendo del concepto que establece que el carbono en el suelo es uno de los mecanismos para que la producción agropecuaria ayude a mitigar los efectos del cambio climático, el vicepresidente del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), Walter Baethgen, presentó las Oportunidades y Desafíos de los Sistemas Agrícolas del Uruguay en el Primer Encuentro de Agricultura Sostenible.
“Más allá de las razones agronómicas y productivas vinculadas con la posibilidad de seguir produciendo de manera sostenible en el tiempo, para lo cual es clave mantener o aumentar el carbono en el suelo, el mundo va a en esa dirección. Cada vez es más probable que haya mercados y consumidores que no estén dispuestos a comprar un producto que viene de un sistema que destruye o no es sostenible”, destacó Baethgen.
En este sentido, indicó que “lograr que la cantidad de carbono que entra a un sistema productivo sea mayor al que se está emitiendo permitiría que el balance neto ayude a limpiar la atmósfera de gases de efecto invernadero. Por eso, es clave el secuestro de carbono y hacia allí debe apuntar la producción agropecuaria”.
Señaló que existen “muchas maneras de lograr introducir carbono al suelo, tanto en la agricultura como en la ganadería”. Sin embargo, “desde hace relativamente poco tiempo se está hablando de la importancia que tiene devolverle al suelo los niveles de carbono originales”.
En el caso de la agricultura, Baethgen explicó que “cada vez que se planta un cultivo, la mitad de la materia seca que se produce se cosecha en forma de grano”; es decir, “sale del sistema” y lo que quedan son los residuos. Por lo tanto, “lo primero que debemos hacer es asegurarnos que esa cantidad de rastrojo sea suficientemente voluminosa”, puntualizó.
No obstante, sostuvo que en muchos casos, “por más que los cultivos estén bien manejados, con buenos rastrojos y utilizando siembra directa, el balance de carbono tiende a ser negativo”; es decir, “se emite más carbono” del que ingresa. Por lo tanto, “debemos hacer algo para aumentar el ingreso de carbono”, dijo.
Consideró que una de las maneras es utilizar cultivos de servicio o de cobertura, “que permiten mantener el suelo cubierto, disminuyendo el riesgo de erosión”. Pero además “generan biomasa que no se cosechará y que se va a incorporar al suelo”, agregó.
Baethgen sostuvo que la rotación de cultivos con pasturas, logrando sistemas “bien manejados”, con tres o cuatro años de cultivos y dos o tres años de pasturas, “tienen altas chances de que el carbono que entra sea superior al que sale” y, por lo tanto, “se limpia el dióxido de carbono”.
HERRAMIENTAS PARA MEDIR LA SOSTENIBILIDAD
Baethgen entiende que un desafío importante para la investigación “es poder determinar cuál era el contenido de carbono original” de los suelos hace 300 años. Eso “es importante” desde el punto de vista práctico y, a la vez, permite marcar “una meta”.
“Si pudiéramos estimar la cantidad de carbono que había en el suelo antes de producir ganadería o agricultura, sabríamos a qué niveles deberíamos volver y cuál es el potencial de secuestro que tenemos”, dijo.
A la vez, comentó que “hay que considerar que en aquellos sistemas donde nunca hubo cultivos, hubo pérdidas importantes de carbono, así como en producciones ganaderas con altas cargas y sobrepastoreo”. También señaló que “durante muchos años, desde la época colonial, se hizo agricultura sin fertilización”, y que “en algunos casos fueron muchos años con pérdidas de carbono”. INIA está trabajando en identificar ese número, “para saber qué niveles había y apuntar a la recuperación”, informó.
A su vez, sostuvo que medir la cantidad de carbono que hay en el suelo de un año a otro “es muy difícil”, porque “es poco lo que cambia y es complejo detectarlo” en un análisis de suelo. Por eso cobran una relevancia los trabajos de investigación de largo plazo. En INIA La Estanzuela se dispone de un trabajo con rotaciones que lleva más de 60 años. “Eso es de un valor enorme; es el experimento más antiguo de América Latina”, resaltó.
“Si tenemos 60 años de trabajos, en donde todos los años se hicieron muestras de suelos, con siete sistemas diferentes, algunos que contemplan agricultura continua, otros que incluyen la rotación con pasturas, todo adquiere un valor patrimonial que es muy difícil de describir”, consideró.
A la vez, se suma que INIA está buscando desarrollar métodos que permitan combinar muestreos de suelo, pero con otras alternativas como modelos de simulación o información basada en imágenes satelitales que a su vez incorporen datos sobre el carbono que ingresa al suelo. “El objetivo es que un productor, a nivel de potrero, tenga herramientas para saber de qué nivel partió, en qué situación está y qué puede hacer para recuperar la cantidad de carbono en el suelo, mediante buenos sistemas de producción de cultivos o un buen manejo de pasturas”, explicó.
Baethgen recalcó que “si la herramienta que se alcance para la medición de carbono, representa bien la realidad, genera confianza y cuenta con una validez de 60 años”, será una llave para diferenciar los sistemas de producción, “para demostrar que son sostenibles”. Eso significa un gran estímulo “para acceder a los nichos de mercados que cada vez son más grandes”, afirmó.
El vicepresidente del INIA consideró que tanto el productor ganadero como el agrícola cuentan con “herramientas científicas robustas” para medir esos cambios, y que “disponen de más argumentos para asegurar que su sistema está ayudando a mitigar el cambio climático”, y con eso “pueden buscar sellos o certificaciones que avalen que su sistema de producción es sostenible”.
EL CARBONO Y LOS SUELOS SALUDABLES
Sebastián Mazzilli, investigador de Facultad de Agronomía y director del Sistema Agrícola-Ganadero de INIA ha venido trabajando desde hace varios años en la dinámica del carbono en los sistemas agrícolas, “solo con cultivos anuales, que es bien distinto a cuando tenemos pasturas”, explicó.
Agregó que, con el tiempo, “hemos ido generando coeficientes técnicos, pero lo que determina el balance carbono es la productividad de cada cultivo y luego la secuencia”. Entonces “hoy importan cuántos cultivos por año se realizan, cuánto producen, y eso incluye la productividad de los cultivos de cobertura”, dijo a VERDE en el marco del Encuentro de Agricultura Sostenible de AUSID.
Luego puntualizó que es importante “dónde se coloca ese carbono producido”, porque no es lo mismo “producir parte aérea que producir raíces”. Por eso cobra importancia “la elección del cultivo o la cobertura, porque tienen diferentes particiones entre la parte aérea y la raíz. Cuantas más raíces produzco, más eficiente soy manteniendo carbono”, acotó.
Mazzilli sostuvo que la medición de los cambios es muy lenta. “Un suelo arcilloso de la mejor zona agrícola del Uruguay puede tener entre 20 o 30 centímetros y de 60 a 70 toneladas de carbono por hectárea. Pero en la medida que se va perdiendo carbono, se va reduciendo la funcionalidad del sistema, porque se mineraliza menos nitrógeno, se compacta más, se dificulta el movimiento del agua en el perfil”, describió.
Por eso sugirió la utilización de modelos simples. “Hay que conocer la proporción de residuos que se humifican, la proporción de los residuos que entra al suelo como carbono y, por otro lado, qué proporción del carbono que está en el suelo se mineraliza cada año”, indicó. En función de eso se pueden analizar los cambios para mejorar el balance de carbono. “Se han generado varios coeficientes, que hoy están disponibles y que pueden utilizar los técnicos”, acotó.
Sobre la intensidad de cultivos dijo que “es condición necesaria, pero no suficiente”. Porque en la media que se tiene una intensidad mayor a 1,6 cultivos por año –incluido los cultivos de cobertura–, “lo relevante es la productividad”, puntualizó. Por otro lado, dijo que “es muy difícil lograr una alta producción anual de residuos con una intensidad inferior a 1,6 cultivos por año”.
Explicó que el secuestro de carbono “tiene muchas patas”, como por ejemplo la ambiental y la productiva. Los sistemas que están “más cerca de la saturación” de carbono, son más saludables y la salud del suelo “es mejor”, señaló. Esos suelos “producirán más, manejarán mejor el exceso y la falta de agua y aportarán más nutrientes. El sistema se mueve más rápido. La tasa de recambio en materia orgánica será más alta y aportará más nutrientes”.
En cambio, “si ese suelo pierde materia orgánica, además de emitir más carbono a la atmósfera y generar un impacto ambiental desde ese punto de vista, aportará menos nutrientes a los cultivos, se secará y anegará más rápido, por cuál perder materia orgánica genera más costos”, manifestó Mazzilli.
EL LABOREO Y LA ALARMA ENCENDIDA
Desde el punto de vista ambiental la agricultura uruguaya “ha mejorado, la siembra directa está incorporada”, valoró. Aunque “veo una luz roja con la cantidad de laboreo que se está haciendo”, advirtió el investigador de Facultad de Agronomía y de INIA. Cuando se utiliza cualquiera de los modelos disponibles con sus coeficientes y se coloca la salida de carbono que genera un solo laboreo, “la estimación asusta”, alertó.
Dijo que “el razonamiento reinante parece ser que para sembrar colza hay que laborear, porque con el rastrojo no puedo lograr el cultivo, pero eso no es así. Hay alternativas para enfrentar y sobrellevar esa situación sin tener que laborear”.
Sostuvo que el laboreo “es un problema”, y advirtió que además se hace “sin tener las consideraciones que se tenían en el pasado”. Afirmó que los ingenieros agrónomos con menos de 40 años no incorporaron en Facultad de Agronomía los conceptos técnicos para mover el suelo. Por eso, hoy “no estamos preparados para laborear, ni estamos considerando los impactos en la descomposición de materia orgánica, y perdemos una cantidad de cosas que habíamos ganado. Venimos de años Niña, cuando ha llovido poco, y no se han generado los problemas de erosión que pueden ocurrir en un año lluvioso”.
“Estamos en una situación coyuntural donde precisamos agua, ojalá llueva, aunque haya algunos problemas. Pero sacando eso, no quiero pensar que puede suceder si seguimos laboreando y tenemos años con muchas lluvias”, comentó.
LOS SISTEMAS Y SU RECUPERACIÓN
Mazzilli dijo que la coyuntura de precios “ha sido buena”, que hubo una alta proporción de cultivos de invierno y “la intensidad de los sistemas es alta”, aunque en algunos casos, “falta acompañarla con productividad”.
Dijo que en los suelos que ya están degradados “es difícil tener alta productividad. Allí hay que ver cuál es el problema”, y en función de ello definir “si tengo que encalar, fertilizar con algún micronutriente” o tomar otra medida. Pero se debe buscar la forma para que esos sistemas “sumen productividad”, insistió.
Agregó que lo “más fácil” es incorporar pasturas, pero “si quiero mantener el sistema agrícola se deben incorporar alternativas y más cultivos, sobre todo en verano. Indicó que es similar “a lo que pasó con la colza en invierno o con los cultivos de cobertura. Estamos con un sistema mucho más sostenible y empezando a transitar un camino interesante”.
AUSID investiga cultivos de servicio
La Asociación Uruguaya pro Siembra Directa (AUSID) está impulsando un Fondo de Promoción de Tecnología Agropecuaria, sobre cultivos de cobertura. Santiago Álvarez, coordinador técnico de la institución, dijo a VERDE que “se están generando ensayos en distintas zonas del litoral agrícola para evaluar las especies, mezclas de especies donde se buscan medir impactos a nivel de suelo, malezas y rendimiento de los cultivos”.
Agregó que el área de cultivo de servicio, según datos del MGAP, tiene un tope de 600.000 hectáreas y un piso de 250.000 hectáreas. Eso marca que un cultivo de servicio siempre ingresa en la rotación” y que “es mucha área para hacer siempre lo mismo”, comentó. Por eso, dijo que “la demanda del sistema es clave para la elección de la especie”.
Cuando “se busca materia orgánica de calidad, ingresa una gramínea, pero también puede ir con una mezcla que mejore la relación carbono – nitrógeno; o sea, mejorar la calidad del aporte de la materia seca”, ejemplificó.
Álvarez indicó que hoy en día “ese es el principal problema que debe atacarse, suponiendo que los problemas de erosión con rotaciones muy intensas ya pueden estar cubiertos”.
Explicó que la mezcla de especies puede servir para cumplir con varios objetivos. No genera más producción que la especie más pura, pero “aporta estabilidad”, señaló.
Nota de Revista Verde N°104