Que el presidente del Instituto Nacional de Colonización (INC), Eduardo Viera, sea colono es como “que el presidente de Ancap tenga 12 estaciones de servicio”, cuestionó el senador del Partido Nacional, Sebastián da Silva, en el programa Punto de Equilibrio en Carve y en verdenews.com.uy.
“Por una disposición constitucional no se puede ser arte y parte”, dijo el legislador, basándose en el artículo 200 de la Constitución Nacional que establece: “tampoco podrán los miembros de los Directorios o Directores Generales de los Entes Autónomos o de los Servicios Descentralizados, ejercer simultáneamente profesiones o actividades que, directa o indirectamente, se relacionen con la Institución a que pertenecen”. Este argumento también lo plantearon los senadores del Partido Colorado, Pedro Bordaberry y Robert Silva.
Da Silva dijo que hay un “tema ético” también, porque “está en deuda” con el INC, porque Viera pidió un crédito a este instituto para arreglar la vivienda cuando empezó a arrendar el campo, y hay un “expediente abierto “porque debe regularizar su situación con el BPS. A la vez, recordó que “se hizo colono siendo presidente de la Asociación Nacional de Productores de Leche, compitiendo contra colegas”.
Respecto a la compra del campo de 4.400 hectáreas en Florida por parte de Colonización, el senador blanco señaló que “este tipo de patinadas pueden llevar a que las acciones tengan nulidad y vicios de forma” y “derivaciones legislativas o jurisdiccionales”.
“El INC está haciendo uso de lo que le ampara la ley”, reconoció. Al tiempo que criticó: “lo que está haciendo (este instituto) es un mal uso porque cuando gastás US$ 32,5 millones uno pretende que los responsables de enviar ese dinero del Estado en detrimento de otras cosas, tengan una idea somera de lo que van a hacer con el campo”, lo que “claramente no hay”.
“Apelamos a que el presidente Yamandú Orsi entienda que con el artículo 197 de la Constitución tiene la posibilidad de observar el gasto” y con esto en el gobierno “le den un mensaje a los colonos de que se cuida la plata del organismo”, reclamó. Y Admitió que el objetivo de la oposición es agotar todos los mecanismos para que esa compraventa no se concrete.
Escuche la entrevista completa a Sebastián Da Silva
Estudiante uruguaya de doctorado cuenta sus experiencias y analiza las razones que sostienen ese discurso, los mitos, contradicciones y el camino que debe seguir el país
Opinión: Ing. Agr. Sofía de León – Desde Países Bajos
Salir del país más ganadero del mundo para aprender sobre producción de alimentos exige prepararse para abrir el paraguas. Una no puede entender lo que se encuentra en el sitio al que va si no sabe de dónde viene. Alberto Methol Ferré llamaba al bioma Pampa –con su producción ganadera– “un sitio extraordinario de automación biológica, en una especie de cibernética natural”. Lo que para mí es una obviedad, en otros sitios puede ser una rareza.
Me mudé al otro lado del océano Atlántico para ampliar mis herramientas en temas relacionados con mi profesión –la agronomía– y puedo afirmar que vengo cumpliendo mis objetivos con creces. Aquí convergen mentes de todo el mundo, recursos, pluralidad de perspectivas y líneas de investigación innovadoras. Sin embargo, hay un tema en el que el discurso mantiene bajo una misma línea a buena parte de la academia: la producción de carne vacuna.
En los países desarrollados los altos niveles de consumo de carne per cápita se asocian a dietas deficientes y enfermedades cardiovasculares. Muchas veces consumida ultraprocesada, con distintos niveles de sodio y perfil lipídico a un churrasco convencional. Asimismo, el modelo intensivo de producción de carne se relaciona con el cambio climático. Mientras tanto, gran parte del mundo experimenta niveles insuficientes de consumo de proteínas animales. Este contraste alimenta un debate global en el que la producción de alimentos, en especial la de carne de vaca, es señalada como responsable del aumento descontrolado del efecto invernadero.
Un monolito llamado academia
En el transcurso por el ámbito académico, todas mis asignaturas dedican parte de sus contenidos a repetir que el consumo de carne es un factor crítico en el cambio climático. Se promueven productos ultraprocesados etiquetados como “veganos” como alternativas más sostenibles que la carne. Este discurso puede escucharse casi al unísono en distintos cursos, siempre y cuando el académico en cuestión no esté vinculado a los sistemas de producción animal. Si no es ese el caso, es sorprendentemente recurrente.
Sin embargo, las cifras cuentan otra historia: el transporte y la industria generan el 75% de las emisiones, mientras que el sector agrícola contribuye entre 15% y 20%, y la ganadería específicamente apenas 6%. Esto incluso depende del indicador con el que se mida.
Por eso, es difícil que sobre un rubro que ya está preconcebido como malo se pueda discutir y tener distintas formas de ser concebido y llevado a cabo. El famoso “depende”, de nuestra formación como ingenieros agrónomos, es un eco que resuena lejos desde la periferia del mundo.
Esta narrativa ignora que gran parte de las emisiones históricas se concentraron en los países ricos desde la Revolución Industrial y que los sistemas ganaderos sostenibles predominan en regiones en desarrollo, donde las contribuciones históricas al cambio climático han sido mínimas. A su vez, estas regiones carecen de los recursos comunicacionales para contrarrestar esta narrativa y presentar sus propias realidades.
Las razones para este discurso de parte de la academia en el Viejo Continente son variadas. Puede explicarse, en parte, por la fragmentación del conocimiento. A diferencia del modelo educativo del Cono Sur, en el mundo desarrollado la especialización conduce a enfoques altamente compartimentados.
Otra razón puede ser el lado filoso del prestigio que se le da al docente. Un docente universitario de trayectoria goza de un estatus social distinto al que estamos acostumbrados. Como parte de su rol, es normal que con el paso de los años se avoquen a hablar en clases o conferencias de temas que no son su especialidad, en una especie de compromiso social. Así fue que escuché a docentes brillantes, muy idóneos en su área de conocimiento, repetir argumentos sobre la producción de carne, que carecen de un análisis somero.
Los mitos recurrentes
Los mitos en torno a la ganadería resuenan con fuerza. Uno de los más comunes es el mito de la competencia alimentaria: que el ganado consume cultivos que podrían alimentar a las personas. Lo cierto es que la mayor parte de la dieta del ganado consiste en subproductos y desechos agrícolas que los humanos no pueden consumir. Eso se convierte en proteína de alta calidad y asimilación.
También se afirma que la ganadería ocupa tierras que podrían destinarse a cultivos. Sin embargo, muchas de estas tierras son marginales, poco aptas para agricultura. Otro mito es que el área destinada a cultivos forrajeros equivale a monocultivo. En realidad, las pasturas artificiales cumplen un rol clave en las rotaciones, mejorando suelos y reduciendo impactos negativos.
Se omite además el rol social de la ganadería: en muchas regiones, especialmente las menos desarrolladas, es el sustento de miles de pequeños productores y familias rurales.
Narrativas encontradas
No se debe ser ingenuo: la industria de ultraprocesados y «proteínas alternativas» está recibiendo inversiones masivas, muchas de las cuales fluyen hacia la academia. Para posicionar estos productos, se construyen narrativas que apelan a consumidores de alto poder adquisitivo. En ese contexto, lo político supera a lo técnico.
Uruguay, a través de INAC y la Cancillería, ha trabajado para revertir estos discursos, aunque persisten contradicciones internas. Por ejemplo, en 2022 un documental auspiciado por una embajada y proyectado en el Planetario de Montevideo sugería a niños uruguayos reducir su consumo de carne y lácteos para “salvar el planeta”, sin considerar el contexto local.
Conocer para definir
Es necesario que los uruguayos entendamos y comuniquemos nuestra realidad: vivimos en el bioma Pampa, con una tradición ganadera arraigada desde la época colonial. Nuestros sistemas, basados en pastizales y rotaciones, son sostenibles y fundamentales para la economía y la conservación ambiental.
El modelo productivo del Cono Sur, que ya se comercializa como «carne carbono neutro» u «orgánica», debe ser defendido y promovido con argumentos técnicos y comunicacionales claros. Si nosotros no lo entendemos y valoramos, será muy difícil explicárselo al mundo.
Stine Semillas proyecta lanzar en Uruguay una paleta de 18 nuevas variedades de soja desde 2026, enfocándose especialmente en los grupos de madurez entre 5.5 y 6.5. Así lo anunciaron Manuel e Ignacio Rosasco, directivos de la empresa, durante una recorrida por cultivos realizada junto a ADP, el representante oficial en Uruguay.
Entre las novedades destacadas están las variedades ST 62EE52 STS y ST 62KA62, que ya tiene volumen disponible para el productor. Manuel Rosasco señaló que estas nuevas variedades incluyen tecnologías Enlist y Conkesta Enlist, algunas con resistencia STS, y que los productores serán invitados a conocerlas en campo para evaluar su desempeño.
Ignacio Rosasco, director de Stine para Sudamérica, resaltó que la genética desarrollada por la empresa en la región ya está adaptada y lista para competir al más alto nivel. Informó que la meta para Brasil, donde actualmente Stine participa en forma incipiente, es alcanzar un 5% del mercado en 2030.
En cuanto a Uruguay, Ignacio Rosasco destacó la ventaja competitiva del país en términos de legalidad del mercado de semillas, subrayando la importancia de la alianza con ADP para la distribución local. Además, afirmó que la ganancia genética lograda en las variedades de Stine, es significativa y permite competir de igual a igual con empresas con más trayectoria en la región.
Por su parte, Marcos Guigou, director de ADP, expresó tener “altísimas expectativas” sobre el aporte de la genética Stine a la agricultura uruguaya”.
Las pasturas tienen un papel fundamental en la sostenibilidad de los sistemas agrícola-ganaderos, pero su impacto depende de una planificación estratégica y un manejo adecuado, según afirmó el técnico de INIA Félix Gutiérrez en una jornada organizada por Copagran. Propuso una «visión más agrícola» de las pasturas, considerando factores como selección de especies y cultivares, momento de siembra, fertilización y manejo.
Gutiérrez destacó la importancia de sistemas flexibles ante el cambio climático, que permitan intersiembras u otras estrategias frente a la degradación de las pasturas. También subrayó la necesidad de cultivares productivos desde el inicio en sistemas intensivos. En ese marco, INIA lanza la festuca Cuaró, de alta productividad anual e invernal, y la alfalfa INIA Charrúa, pensada para lechería y ganadería intensiva.
El productor Guillermo Newton (Colonia) enfatizó que mantener la fase de pasturas en la rotación es clave para la estabilidad del sistema. Su modelo combina cuatro años de alfalfa y cuatro de agricultura, con producción de carne y semillas. Advirtió sobre la acidificación de suelos y aplicó estrategias de encalado para corregir pH bajos.
Desde la consultora Cuatro Hojas, Emiliano Uribe señaló que la diversificación es esencial para amortiguar la volatilidad de los mercados. Defendió la cobertura del suelo como herramienta clave y llamó a acompañar la inversión en pasturas con agua en las parcelas para asegurar resultados.
Diego Vercellino (Pratum) propuso el concepto de pasturas de precisión, con tecnologías y decisiones adaptadas al sistema de producción. Mencionó que hay deficiencias en el uso de nutrientes como nitrógeno, potasio y azufre, y que es necesario incorporar el manejo de micronutrientes y correcciones de pH con enmiendas calcáreas. También remarcó la brecha entre producción de pasto y kilos de carne logrados en predios ganaderos.
Para reducir la brecha entre el rendimiento potencial y el alcanzable en colza, deben considerarse aspectos ambientales y de manejo, señaló Daniel Miralles, profesor de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba-Conicet), en una jornada organizada por Barraca Erro.
En cuanto al manejo, indicó que la implantación superficial de la semilla (menos de 1,5 cm) es crítica, recomendando entre 3 y 4 kg/ha para alcanzar el stand ideal (70-80 plantas/m²).
Subrayó la importancia de fertilizar adecuadamente con nitrógeno, fósforo y azufre, ya que hasta un 80% de las chacras presentan deficiencia de este último nutriente.
Respecto a sanidad, destacó que el control temprano del hongo phoma es esencial para evitar pérdidas significativas. También recomendó monitorear y manejar malezas como el nabo silvestre, raigrás y poa annua desde etapas tempranas.
Por su parte, Fernando Segú, responsable de I+D de Erro Semillas, resaltó el trabajo con híbridos adaptados a Uruguay, provenientes de genética australiana (Advanta) y europea (DSV).
En cuanto a la genética de DSV, explicó que trabajan con líneas invernales, en las que han incursionado en los últimos años y que cuentan con un nicho muy específico en el país. El portafolio de Erro incluye dos híbridos: Beatrix CL y Duke, ambos adaptados a situaciones donde se pueda sembrar en abril, especialmente en la zona sur-centro de Uruguay.
Estos materiales incorporan diversas tecnologías, como PSR (resistencia a la dehiscencia), genes específicos (RLM7) de resistencia a phoma y protección contra virosis, acotó.
Asimismo, informó que están desarrollando cruzas entre híbridos invernales y primaverales. “Para la zafra 2025 tendremos un material en macrodesarrollo: Apolo CL”, adelantó. A propósito, resaltó que los ensayos han mostrado “muy buenos resultados en evaluaciones entre materiales invernales y primaverales”.
De esta manera “podemos aprovechar todas las ventajas de un híbrido invernal, como la resistencia a phoma y al desgrane en cosecha, además de la tecnología Clearfield (CL), e incorporar atributos de un híbrido primaveral, como una menor exigencia de vernalización y anticipación a la cosecha”, detalló.
El responsable de I+D de Erro Semillas enfatizó en que este avance “es clave”, dado el contexto agroclimático de Uruguay, ya que aporta “mayor estabilidad y seguridad al productor al momento de recomendar fechas de siembra en abril”.
En esa línea, destacó que Apolo CL es un híbrido invernal por primaveral, diseñado para siembras en abril, y que en esta zafra “se desarrollará a mayor escala para evaluar su adaptabilidad a diferentes fechas de siembra y regiones agrícolas de Uruguay”.
Además, anunció el lanzamiento de dos nuevos híbridos primaverales con genética Advanta: Equinox CL y Hyola 130, ambos de ciclo intermedio-corto y recomendados para siembras a partir del 5 de mayo. “Estos materiales representan una nueva generación de híbridos, con mayor potencial de rendimiento y mejor sanidad respecto a los híbridos primaverales actuales”, afirmó.
Segú indicó que Equinox CL es un híbrido “moderno, con un mejor perfil sanitario y mayor potencial de rendimiento”; mientras que Hyola 130 es un híbrido de ciclo similar, diseñado para maximizar rendimientos en aquellos sistemas que no requieren la tecnología CL, puntualizó.
“Aún mantenemos en el portafolio a Hyola 575 CL, un material ampliamente conocido que, si bien su fuerte no es el potencial de rendimiento, sí se destaca en atributos que impactan en la productividad, como la uniformidad en la implantación y cosecha, la tolerancia a phoma y la tecnología CL”, explicó el ingeniero agrónomo.
De cara a futuras zafras, Erro Semillas está trabajando en el lanzamiento de un híbrido “aún más moderno” del programa de Advanta, denominado Continuum CL, que en la próxima zafra ingresará en áreas de macrodesarrollo para evaluar su performance en los ambientes de Uruguay.
Megaagro busca posicionar al lupino como el cuarto cultivo de invierno en las rotaciones agrícolas de Uruguay. En su cuarta zafra con la variedad AGT Coyote, la empresa promueve un plan que incluye exportación desde Nueva Palmira, canje de semilla por grano, adelantos y beneficios por inscripción anticipada, según explicó el gerente de ventas Santiago Raffo.
El objetivo es alcanzar 5.000 hectáreas y entre 10.000 y 12.000 toneladas, con precios en torno a los US$ 250 por tonelada. El rendimiento promedio nacional es de 2.200 kg/ha, con picos de 3.600 kg/ha. La empresa destaca los beneficios agronómicos del cultivo, como la fijación de nitrógeno y la solubilización de fósforo, así como su impacto positivo en los cultivos siguientes: la soja y el maíz produjeron entre 10% y 15% más luego del lupino.
Desde Megaagro también se subraya el diferencial ambiental del lupino uruguayo frente al australiano, por su menor huella de carbono y su origen en chacras sin deforestación. La empresa avanza en esquemas de sustentabilidad integrando este cultivo como una alternativa rentable.
En canola, Megaagro ofrece dos variedades: Floriana INTA, de alto potencial y ciclo a floración más tardío, lo que aporta estabilidad y rendimiento; y Renegade TT, resistente a triazinas, lo que permite un control más efectivo de malezas.
En forrajeras, la empresa lanzó junto a Calvase el nuevo raigrás Bar Jumbo Plus, un cultivar tetraploide de ciclo largo y mayor sanidad. A pesar de la abundancia de pasto, la demanda se mantiene dinámica, con productores que buscan genética de calidad y manejos ajustados.
Finalmente, ante el aumento de precios y escasez de fósforo soluble, Megaagro relanzó su Plan Fosforita como alternativa eficiente y sustentable. Raffo destacó su menor costo, disponibilidad estable y eficiencia agronómica, así como su aporte a la reducción de la huella de carbono en la producción agrícola.
Con un manejo adecuado, el maíz bajo riego puede alcanzar altos rendimientos en cualquier zona de Uruguay, afirmó a VERDE, Gastón Sebben, asesor técnico de Regadores Unidos del Uruguay (RUU). El riego, la fertilización y la densidad de siembra son los pilares técnicos que definen los pisos y techos productivos.
En RUU se registró un promedio de 12.000 kg/ha en la última zafra, con máximos que superaron los 16.500 kg/ha. El potencial del cultivo puede llegar a 18.000 o incluso 20.000 kg/ha, si se optimizan todos los factores de manejo. Aun en condiciones bajo riego, el agua sigue siendo el principal factor que explica la brecha productiva.
El riego debe planificarse y no verse solo como un complemento de las lluvias. RUU desarrolló una herramienta de balance hídrico que permite ajustar los riegos semanalmente, considerando consumo del cultivo, pluviometría y aplicación de agua.
Sebben explicó que la densidad óptima de siembra varía según el híbrido, y debe ir acompañada de una fertilización balanceada, especialmente en nitrógeno, fósforo, potasio, azufre y zinc. El desbalance entre población y nutrición puede afectar el rendimiento e incrementar riesgos de vuelco o quebrado.
En la zafra 2025 se esperan rendimientos superiores por condiciones climáticas favorables. Las lluvias de primavera, temperaturas moderadas y alta amplitud térmica generaron un entorno ideal. La superficie bajo riego se amplió, y hoy RUU abarca 45.000 hectáreas, con 45% destinadas a maíz (90% de primera).
El coeficiente de variación del rendimiento en maíz bajo riego es del 8%, frente a más del 30% en secano, lo que confirma que el riego no solo aumenta la productividad, sino que reduce la incertidumbre y mejora la planificación agronómica.