Riego: la productividad afectada por un cambio de normativa ambiental
Un estudio de Regadores Unidos del Uruguay (RUU) muestra que el cambio de normativa sobre el caudal ambiental afecta la productividad del maíz en 1.300 kilos por hectárea por año. El asesor de RUU, Santiago Arana, indicó que “en los últimos dos años se ha generado a nivel de organismos de regulación, como Dinagua (Dirección Nacional de Aguas), un cambio en las resoluciones sobre el uso de agua represada, que pasó de un caudal ambiental de servidumbre de 0,4 litros por segundo por kilómetro cuadrado de cuenca a un caudal de excedencia de Q 60”.
En la conferencia Más riego, más competitividad, organizada por RUU en la Expo Rural del Prado, señaló que “varios socios tuvieron unas cuantas resoluciones con ese cambio en la redacción del permiso para las renovaciones”, y por eso “se definió analizar y estimar el impacto de ese cambio normativo sobre los sistemas de riego”.
Para ello, se ubicaron 10 represas de socios con todos los datos y modelos de simulación, con el fin de “determinar qué hubiera pasado en los últimos 35 años si en vez del caudal de servidumbre que se usaba antes del cambio fuera el Q 60”, comentó.
El ingeniero agrónomo explicó que el rango de variación de las precipitaciones va de 480 milímetros (mm) a 1.900 mm, y los escurrimientos pasan de 30 a 900 mm por año. “Con semejante rango es muy difícil planificar represas que se muevan sobre la base de promedios, hay que analizar las represas sobre la base de la variabilidad que tienen las precipitaciones en Uruguay, que es muy alta”, sostuvo.
Las 10 represas se analizaron en sus dos principales variables, que son “el área de cuenca o captación por superficie regada, y cuánta agua almacenada hay en la represa o tengo posibilidad de represar por cada hectárea a regar”, señaló. Las represas “no son las que queremos, sino las que podemos”, dijo Arana.
Eso “nos genera cuencas que van desde 1,2 hectárea por cada hectárea a regar, hasta algunas que tienen 5,5 hectáreas por cada hectárea a regar, lo que marca las diferencias en la capacidad de aporte”, detalló.
También dijo que hay represas “muy chicas” respecto a las necesidades de agua de los cultivos, que “tienen solamente 280 mm acumulados por hectárea para regar y otras más grandes con 480 mm”. Dentro de este panorama “tremendamente variable, se observa que en los últimos 35 años, con la nueva reglamentación del Q 60, en promedio nos faltarían 43 mm por año para regar lo que regábamos con la reglamentación anterior”, afirmó.
Y sostuvo que “durante el 24% del período de 35 años el riego se vio afectado por el cambio de normativa, con un grado de afectación en productividad que llega a 1.300 kilos maíz por cada año”.
Para Arana emitir resoluciones de autorización de agua para riego en condicional con una duración de 10 años “no parece lo más razonable”. Propuso una revisión de esta normativa, “incorporando los criterios de la evidencia científica”, para que las decisiones regulatorias estén alineadas con los datos y la información disponibles, “tanto a nivel nacional como internacional”.
OTRAS LIMITANTES
Arana sostuvo que por “los altos costos de la inversión en sistemas de riego y fuentes de agua” se hace necesario “mantener criterios estables en las condiciones de la Comap (Comisión de Aplicación de la Ley de Inversiones)”.
También puso énfasis en la necesidad de “reforzar los mecanismos de financiamiento a largo plazo”. Y sostuvo que “es fundamental darle continuidad” a las opciones que existen. Apuntó que “es necesario identificar mecanismos de promoción y soporte para productores medianos y chicos, tributantes de Imeba que no pueden acceder a los beneficios de la Comap”.
En cuanto al acceso a la energía, mencionó las “dificultades y demoras” existentes. El problema “se está abordando, pero aún requiere soluciones más estructurales y no caso a caso”, opinó. Entre las prioridades más urgentes, destacó la necesidad de “un cambio a nivel de UTE”, que convierta al riego en “una línea estratégica de Estado”.
Arana consideró que el Estado “debería asumir un papel más activo en la construcción de infraestructuras multiprediales”, especialmente para apoyar a los pequeños productores que enfrentan mayores dificultades para acceder a fuentes de agua. “El uso de represas, como las de UTE, podría ser una opción estratégica para destinar agua a riego”, comentó.
También consideró que se debe evitar los trámites lentos, redundantes y avanzar en una ventanilla única. “La normativa debe brindar certezas”, reclamó. Para RUU “sería bueno que haya una señal clara desde el sistema político” para la adopción del riego, porque “nadie que quiere regar lo hace de un año para otro”, dijo.
Describió que el proceso, desde la planificación hasta la implementación de un proyecto de riego, suele llevar “dos o tres años”, y “esto necesita políticas de largo plazo”, que permitan a los productores integrar el riego “como una solución tecnológica para sus empresas”.
Arana ofreció un panorama sobre la evolución del riego en la producción agrícola de Uruguay, en una presentación elaborada con el ingeniero agrónomo Gastón Sebben. Allí se indicó que la tasa de crecimiento en la adopción del riego en los últimos cuatro años tuvo un incremento de área de 11% anual acumulado. De mantenerse esa tasa de crecimiento, se proyecta que “en aproximadamente 12 años se alcanzarán 150.000 hectáreas y se necesitarían unos 20 años para llegar a las 300.000 hectáreas, “siempre y cuando logremos mantener esa tasa, porque en el último año se ha visto algo disminuida”, advirtió.
Explicó que el 96% o 97% del riego se realiza utilizando energía eléctrica de UTE, mientras que solo el 3% se efectúa con gasoil. En cuanto al agua, dijo que “el 80% aproximadamente proviene de represas”, y añadió que “la tendencia claramente es que el crecimiento futuro se apoye fuertemente en el represamiento como fuente que permite escalar el recurso”.
Arana destacó que solo el 20% de la agricultura mundial se realiza con riego, sin embargo esta área representa el 40% de los alimentos producidos.
A pesar de que el área de cultivos ha permanecido relativamente estable en los últimos 20 años, el riego ha crecido “cerca del 120%, demostrando que es una tecnología que facilita la certeza en la producción, y es una estrategia que a nivel mundial viene siendo adoptada para mejorar la productividad de los cultivos agrícolas”, afirmó.
En la búsqueda de atributos deseables para sistemas con una intensificación agrícola sostenible, explicó que cuando se elimina la restricción del agua, “que es la principal limitante en los sistemas productivos agrícolas”, se hace más eficiente el uso de otros insumos como “herbicidas, fertilizantes y fungicidas”, entre otros, dado que aumenta la productividad por hectárea bajando riesgos.
Además, la información nacional presentada por RUU muestra que existen “diferencias significativas” en los sistemas bajo riego con respecto al aumento de “carbono orgánico en el suelo”, particularmente “en profundidad”. El carbono orgánico “es de los mejores indicadores que explican cuál es el comportamiento de los suelos”, por lo que Arana lo considera una señal “esperanzadora”.
El funcionamiento del riego también es sostenible. El hecho de que la inmensa mayoría de los sistemas sean alimentados con energía eléctrica de UTE, que en un 90% proviene de fuentes renovables, tiene como consecuencia un menor “impacto en gases de efecto invernadero”, valoró. Por esos elementos y los productivos, RUU considera al riego como “factor clave para mantener el área agrícola y producir más alimentos”.
LA EVOLUCIÓN DE LA PRODUCTIVIDAD
Arana presentó datos sobre los cultivos de maíz y soja bajo riego a partir de la base de datos de RUU de los últimos ocho años. En el caso del maíz, “tenemos un rendimiento medio de 11.336 kilos bajo riego, comparado con un rendimiento promedio en secano de 6.121 kilos por hectárea”, indicó. Esto significa una brecha de aproximadamente 6.000 kilos, que implica que “la producción de maíz bajo riego casi duplica la producción en secano”.
En cuanto a la soja de primera, la producción bajo riego tiene un promedio de 3.614 kilos, mientras que en secano llega a 2.582 kilos por hectárea. La brecha es de unos 1.000 kilos por hectárea.
Dejando de lado la mejora en la productividad, el riego contribuye a una mayor estabilidad en la producción agrícola. El asesor señaló que para maíz, el coeficiente de variación bajo riego respecto a la media es del 8%, mientras que en secano es del 33%, lo que indica un impacto positivo sobre la estabilidad de la producción bajo riego.
En el caso de la soja, el coeficiente de variación bajo riego es del 12%, mientras que en secano es del 38%. Este dato demuestra lo riesgoso que es producir sin riego. Puntualizó que en soja “no se refleja el total del potencial que puede tener el riego por la estrategia” elegida para regar.
En esa línea, señaló que las máquinas de riego tienen dos formas de diseño, una con un pivot fijo, que riega un cultivo a lo largo del año, y eso representa el 35% del área total bajo riego, y otro 65% restante se compone por pivotes móviles, que tienen dos posiciones.
“Una que riega de forma prioritaria al comienzo de la zafra de verano, con un cultivo temprano, que generalmente es maíz; y otra posición, luego de moverse el equipo que regó el primer cultivo, pasa al segundo, que habitualmente es soja”, explicó. Eso demuestra algunas características del impacto que tiene el riego en soja versus lo que pasa en maíz.
El asesor abordó las “profundas variaciones” en la productividad, según las condiciones climáticas, tanto en maíz como en soja, también bajo riego y mucho más en secano, que se “se manifiestan de forma extrema en los años secos, cuando las productividades incluso bajo riego caen”. Esta situación refleja que “los sistemas de riego diseñados en Uruguay están pensados para ser complementarios, y cuando los años son muy extremos, no logran cubrir totalmente las necesidades” de agua que tienen los cultivos.
Si se mira la diferencia, considerando el factor multiplicador, “en términos promedio el maíz produce casi el doble bajo riego; un 99% más que en secano. En el caso de la soja, “el riego incrementa el rendimiento en un 65% en relación al secano”, aunque “existe una considerable variabilidad entre los años en este factor multiplicador, influenciada por la lluvia”.
Explicó que “cuando llueve mucho la brecha entre riego y secano se achica”, y por el contrario en los años secos “esa brecha se incrementa”. Pero aún contemplando los valores de años húmedos “se observa que la brecha entre riego y secano siempre supera el 20%”.
Desde un punto de vista económico, destacó que el riego “mejora la ecuación de la empresa” al aumentar el margen bruto, mejorar la rentabilidad y estabilizar los resultados. En comparación con 2013, cuando se fundó RUU, “hoy tenemos más conocimiento y más experiencia, con más productores regando, más áreas bajo riego, más empresas instalando y vendiendo equipos, y más represeros construyendo represas y zanjas”, valoró.
Esto, según Arana, “ha generado capacidades que proporcionan un sólido fundamento para proyectar el futuro del riego”. Asimismo mencionó que “los rendimientos esperados bajo riego, que antes eran una incógnita, hoy se sustentan en datos certeros de producción”.
Necesidad de ajustar la normativa vigente
El docente del grupo de Hidrología del Centro Regional Norte de la Universidad de la República, Rafael Navas, explicó los trabajos que está realizando la academia para generar indicadores e información que puedan mejorar las definiciones del sector público y privado para tener sistemas de riego más eficientes.
Señaló que la normativa vigente “tiene limitaciones”, porque “considera la variabilidad intraanual y descarta la interanual, es decir, los años secos o los años húmedos”. Como consecuencia, “se fijan caudales que se deben seguir todos los años, pero no siempre son posibles por la variabilidad climática”, dijo.
A la vez, descarta las condiciones locales como las prácticas agrícolas, el manejo del agua y de los cultivos. Remarcó que las estaciones hidrológicas que opera la Dinagua pueden tener un “sesgo importante”, dado que “están instaladas en cuencas grandes y la gran mayoría de los embalses de riego están en cuenca chicas”. Advirtió que allí “puede haber un error al calibrar un modelo con datos de una cuenca de mayor escala y luego llevarlo a una cuenca más chica”.
Una de las ideas es “ampliar la metodología hidrológica para incluir análisis multianuales”, como “modelos de caudal ambiental dinámicos o la incorporación de escenarios climáticos, normativas evolutivas que ya se utilizan en otros países”, señaló. Implementarlos en Uruguay “no requiere de un mayor esfuerzo”, opinó el académico.
También planteó que se podrían incluir excepciones a solicitud del interesado mediante estudios ecohidráulicos y/u holísticos, dado que “son estudios mucho más robustos”.
Para mejorar el sesgo de la Dinagua, Navas plantea “campañas esporádicas”, que serían más sencillas que “la instalación de una estación”. De esa manera se podrían “ajustar esos sesgos que eventualmente puedan tener los modelos que estemos utilizando para estimar los caudales ambientales”.
A la metodología actual “no le quito mérito”, pero “merece revisión” para llegar “caudales ambientales dinámicos en función del comportamiento climático”, con la información que “ya dispone” el país y “no dejar un valor fijo”, lo que “sería más ameno para el productor y el ambiente”.
Redacción: Ruben Silvera – Nota de Revista Verde N°117