Agricultura

Espósito: hay que “acostumbrarse a encalar el suelo” como en otras regiones

10 de enero de 2025

En una jornada sobre manejo del maíz bajo riego, el experto argentino Gabriel Espósito abordó la importancia del pH de los suelos en la biodisponibilidad de nutrientes.

El nivel de acidez que están mostrando los suelos “es como el cáncer, un problema que no se ve a simple vista, progresa silenciosamente y cuando se detecta el daño puede ser casi irreparable”, dijo a VERDE el doctor Gabriel Espósito, docente de la Universidad Nacional de Río Cuarto en Córdoba (Argentina) en una jornada de campo organizada por Deltariego, en el establecimiento San Benito, en Durazno, actividad que estuvo focalizada en el manejo de maíz bajo riego.

Espósito también planteó que en muchas regiones del mundo “encalar el suelo es como sembrar, acá tenemos que empezar a acostumbrarnos”. Consideró que es “crucial” monitorear los suelos para mantenerlos en un rango adecuado. “Si el pH del suelo está entre 6,5 y 7, se tiene la máxima biodisponibilidad de nutrientes. Si baja de 6 hasta 5,7 o 5,8 es una señal de advertencia, y si el pH cae por debajo de 5,5 la luz es roja y hay que intervenir de inmediato”, detalló.

En Uruguay y en la región pampeana argentina “una alta proporción de suelos ya está en el nivel de luz roja”, aseguró. Y sostuvo que la intervención “debe comenzar con la corrección del pH, lo que implica reponer calcio o una combinación de calcio y magnesio”. 

Explicó que el carbonato de calcio (calcita) o el carbonato de calcio y magnesio “tienen una percolación lenta en el suelo, lo que marca un desafío importante si queremos mantener la siembra directa y evitar el laboreo”. 

En esos casos dijo que “puede ser necesario combinar con sulfato de calcio, que es más soluble y acelera su ingreso al suelo”. También dijo que, “en donde sea posible se puede mover ligeramente el suelo para facilitar la incorporación del carbonato de calcio, o aplicar métodos que semiincorporen el material”. 

El especialista afirmó que “en cualquier caso hay que hacerlo” y que “en muchos casos las aplicaciones pueden superar las 2 toneladas por hectárea, dependiendo de las características de cada lote”. 

Para Espósito esta “es una tarea ineludible para evitar daños mayores”, porque “si un suelo no tiene suficiente calcio o atraviesa un proceso de acidificación muchos nutrientes dejan de estar disponibles” para las plantas. Señaló que “uno de los más afectados es el fósforo, que se inmobiliza en suelos ácidos”. A la vez, el zinc (Zn) mejora su biodisponibilidad en estos suelos, pero el boro “la empeora”, lo que genera “un desbalance de nutrientes, que afecta gravemente al cultivo”. Planteó que “eso es lo grave, porque el cultivo necesita una nutrición balanceada”. 

El calcio es el principal responsable de la floculación, un proceso físico-químico que le permite al suelo agregarse y estructurarse. Al perder calcio se afecta la formación de macroporos, responsables de que el agua de lluvia ingrese. Por eso, mantener un nivel adecuado de calcio “es vital para conservar la estructura del suelo y su funcionalidad”, enfatizó. 

FECHA DE SIEMBRA VARIABLE

En Uruguay y en gran parte de Argentina “los suelos son muy variables y presentan diferentes capacidades” productivas, comentó. Detalló que en los años Niño “la siembra temprana funciona bien, mientras que en años Niña no es la mejor opción”. Mientras que en años normales definir la mejor fecha de siembra del maíz “es complejo” y la clave está en “analizar la calidad del suelo”. 

Un suelo más profundo, fértil y con mayor capacidad productiva “permite una siembra temprana” para maximizar el rendimiento, indicó. Mientras que en suelos de menor calidad la siembra tardía “resulta más adecuada”, dijo. En ese contexto, “dividir el lote y sembrar en dos fechas distintas se convierte en una estrategia interesante”, tanto desde el punto de vista económico como productivo, explicó Espósito. 

En Argentina, según los datos estudiados, la fecha de siembra variable genera una mejora del margen de US$ 100 y hasta US$ 300 por hectárea, dependiendo de factores como la magnitud del rendimiento, la calidad y la territorialidad de cada ambiente. “Por eso es fundamental realizar estudios de todo lo que marca la agricultura de precisión”, indicó.

La densidad de siembra está directamente vinculada al rendimiento objetivo, que depende de la calidad del ambiente o de la disponibilidad de agua, indicó. Por eso, dijo que “el primer paso es definir el nivel de rendimiento esperado del maíz”, y a partir de esa decisión, y de la genética del maíz que se utilice, se determinará la cantidad de plantas necesarias para alcanzar ese objetivo, detalló. 

Luego, se considera la distancia entre hileras, un factor que influye en la eficiencia y disposición del cultivo. “Ese enfoque jerárquico permite adaptar las prácticas de manejo a las condiciones ambientales y los recursos disponibles, optimizando así el rendimiento del cultivo”, sostuvo.

FERTILIZACIÓN 

El principal problema del nitrógeno (N) es la pérdida de eficiencia al realizar la aplicación acorde a la demanda del cultivo en una sola dosis, algo que impacta en la productividad del maíz e influye directamente en la economía, “ya que maximizar la eficiencia de uso equivale a optimizar la rentabilidad del fertilizante”, señaló. Además, dijo que “el N que la planta no absorbe se queda en el ambiente, con el riesgo de contaminar el agua, el suelo o el aire”.

En los planteos bajo riego la utilización del fertirriego para dosificar el N maximiza la eficiencia, mejora la renta y reduce el impacto ambiental. También permite la distribución en cinco, siete y ocho aplicaciones a lo largo del ciclo del cultivo, “garantizando eficiencia y un manejo sanitario adecuado para maximizar el potencial productivo”, afirmó.

Espósito indicó que los nutrientes esenciales, como fósforo (P), azufre (S) y Zn “tienen la ventaja de depender más del suelo que del rendimiento objetivo del cultivo”, pero “su ausencia puede impactar gravemente en los niveles productivos”. Por eso, sostuvo que “es fundamental realizar análisis de suelo y diagnósticos precisos, utilizando modelos calibrados para cada región, para ver si los niveles de P disponible están por encima o por debajo de los niveles críticos”.  

Agregó que el azufre es “especialmente” limitante, debido a la pérdida de materia orgánica en los suelos agrícolas. Las curvas de saturación han demostrado en Argentina “respuestas positivas” a aplicaciones de 15 a 20 kilos de S. Sin embargo, “el continuo deterioro de la materia orgánica sugiere que será necesario aumentar las dosis para satisfacer las necesidades del cultivo”, sostuvo.

Señaló que el Zn es otro “nutriente crítico”, cuya deficiencia es común en muchas regiones. La estrategia óptima sería incorporarlo al suelo con la sembradora, porque si eso no ocurre “el manejo del Zn dependerá mayormente de fertilizantes foliares y probablemente en más de una aplicación”, comentó. 

Afirmó que el Zn “es un nutriente esencial”, por su papel en la producción de la hormona de crecimiento, que actúa como la “usina” de desarrollo de la planta; una planta deficiente en Zn no crece. Otra función vital del Zn “es la participación en la producción de enzimas asociadas al metabolismo del oxígeno, cruciales para afrontar condiciones de estrés, ya sea hídrico (por exceso o déficit), de temperatura o de radiación”, explicó. 

Por lo tanto, si la planta no dispone de suficiente Zn, no puede metabolizar estos problemas, haciéndola mucho más sensible al estrés y aumentando la probabilidad de pérdida de producción.

Otro nutriente fundamental es el potasio (K), sobre el cual el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), con aportes destacados de la doctora Mónica Barbazán, “avanzó significativamente”, señaló. El manejo del K “está estrechamente” ligado a las condiciones físicas del suelo, explicó. “Si hay compactación, la deficiencia se agrava, porque ese nutriente migra hacia capas más profundas, donde el maíz no puede recuperarlo”, dijo, y por lo tanto “hay que combinar estrategias de fertilidad física y química”.

Nota de Revista Verde N°119

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