Zafra 2023/24: el 85% del área de soja se sembró con grupos de madurez 5.5 y 6.5
Encuesta de INIA muestra que la tecnología Intacta se plantó en 27% de la superficie de primera y 25% de la de segunda, y Enlist se utilizó en 39% y 35%, respectivamente.
El 85% del área de soja está sembrada con variedades de los grupos de madurez 5.5 y 6.5, señaló el ingeniero agrónomo Sebastián Mazzilli, director de la Unidad Agrícola Ganadera del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), en el 13° Encuentro de la Mesa Tecnológica de Oleaginosos (MTO).
Agregó que en la encuesta realizada por INIA para el Observatorio de los Oleaginosos, “el 90% de los productores declara tener del 80% a 90% de grupos madurez 6 y algo de grupo madurez 5”, lo que marca una concentración del período crítico en febrero, “un aspecto que podría discutirse si se busca cambiar el potencial del cultivo”.
Por otro lado, destacó la creciente adopción de nuevas tecnologías en la producción de soja. “El 50% del área sembrada tenía algún evento nuevo”, lo que surge del informe de Urupov. Al tiempo que, según el Observatorio de Oleaginosos para la zafra 2023-2024, “27% de la superficie de soja de primera y 25% de la de segunda usaron tecnología Intacta”. También señaló que “en 39% del área de primera y 35% de la soja de segunda se declaró usar sojas Enlist”, lo que significa la introducción de “un cambio significativo en el manejo de malezas y plantea nuevos desafíos en el uso de agroquímicos”, dijo Mazzilli.
La información de Urupov y la del Observatorio de Oleaginosos coinciden en que “40% de la semilla utilizada en la zafra 2023-2024 fue de uso propio”, tanto en soja de primera como de segunda.
Mazzilli explicó que, a pesar de los avances tecnológicos y los cambios en el costo de la semilla, “no se han registrado cambios importantes en la cantidad de semillas que se utilizan”, que se mantuvo estable desde 2019 en “67 kilos para siembras de primera y 72 kilos por hectárea (kg/ha)” para la siembra de segunda. La tecnología de la semilla y el uso de mejores máquinas “no han provocado todavía una reducción en la densidad de siembra, como algunos podrían haber anticipado”.
Agregó que desde 2018, al tener más maíz en los sistemas agrícolas, se reduce la participación de los cultivos de servicios como antecesor de la soja de primera, que hoy ocupan el 59%. A la vez, en un 25% del área quedan los rastrojos de maíz como antecesor de la soja de primera. En el caso de la soja de segunda la proporción de cultivos previos, como trigo, colza y cebada “se mantuvo sin grandes cambios” en comparación con años anteriores, siendo “trigo y colza los más comunes”, aunque anticipa que “habrá ligeras variaciones” en función del comportamiento del área de colza.
Sobre el cultivo antecesor en el verano anterior surge que en el 83% del área de soja de primera y en el 89% de la superficie de soja de segunda hubo soja. “Estamos repitiendo soja sobre soja en una proporción importante del área, algo diferente a lo que ocurre en invierno, que presenta más diversidad”, observó. Donde “no hubo soja, hubo maíz”, aunque la encuesta para el Observatorio de Oleaginosos no contempló el área del este del país, “donde aparecería el arroz como antecesor”.
Sobre la fertilización, Mazzilli señaló que no se registran grandes cambios respecto a las últimas zafras, y se aplican en torno a los 46 kg/ha de P2O5 (fósforo) para soja de primera y unos 35 kilos en soja de segunda. A la vez, se agregaron 69 kilos de K2O (potasio) por hectárea para soja de primera y 48 kilos en soja de segunda. También se fertilizó con 7 y 5 kilos de S (azufre) para primera y segunda respectivamente, y “eso ha estado estable a pesar de las variaciones en los rindes”.
Al analizar ese nivel de fertilización y el rendimiento promedio para soja de primera, el balance de nutrientes es positivo en fósforo (16,2 kg/ha) y negativo en potasio (-11,2 kg/ha), en tanto en soja de segunda también es positivo para fósforo (7,5 kg/ha) y negativo en potasio (-26 kg/ha).
Agregó que, en la encuesta, 50% de los participantes declaró que usa algún tipo de micronutrientes en soja de primera y 25% en soja de segunda. Y 9% de los productores aplicó alguna corrección de pH, pero “aún sigue siendo marginal” en términos de área, acotó.
LAS APLICACIONES
El investigador y director en INIA mostró que “no hubo cambios importantes” con un promedio de “2,2 aplicaciones en preemergencia de la soja de primera y una aplicación en soja de segunda. En posemergencia de la soja de primera hay 2,3 aplicaciones y lo mismo en soja de segunda. La cantidad de aplicaciones se ha mantenido, “lo que cambia es lo que está adentro del tanque”.
Indicó que “el 99% del área declara haber tenido aplicaciones preemergentes”, especialmente debido a problemas con malezas como el Amaranthus palmeri, Conyza spp y Echinocloa colona, donde se utilizan: S-Metolaclor más Flumioxacin, Sulfentrazone más Metribuzin, S-Metolaclor más Metribuzin, entre otros.
Añadió que “las actuales mezclas de herbicidas” son un tema a discutir, especialmente por su impacto en la “sostenibilidad de las secuencias de cultivos”, cuando se incluyen cultivos como colza, trigo o cebada.
La aplicación de herbicidas posemergentes en la zafra pasada se ubicó entre “1,8 y 1” por hectárea para soja de primera y de segunda respectivamente. Las aplicaciones de insecticidas por hectárea se mantienen en “2,4 y 2,2 aplicaciones por hectárea” en soja de primera y de segunda respectivamente. A la vez, en la última zafra hubo 1,5 aplicaciones de fungicidas en posemergencia de la soja de primera y una aplicación para soja de segunda. “Casi toda el área tuvo fungicida de forma preventiva, es un dato para tener en cuenta”, acotó.
En tanto, señaló que “65% de los productores declara el uso de fungicidas en semilla”, mientras que “solo 11%” declara el uso de insecticida en semilla para soja de primera y “7% para segunda”.
LA SIEMBRA
Mazzilli dijo que la siembra de soja en la zafra pasada inició “inusualmente temprano”. Señaló que esto se debió a que “había quedado sin sembrar bastante área de iniverno y que había mucha área de cultivo de servicio, además del anuncio de un año Niño”.
Según el relevamiento realizado, el 44% de la soja de primera “se arrancó a sembrar en la primera década de octubre”, entre el 21 y el 31 de ese mes se sembró el 7% del área. Continuando el resto “como normalmente se siembra, en noviembre, allí en los primeros 10 días de ese mes se arrancó a sembrar 35% del total, en el resto de noviembre se sembró otro 9% y 5% en diciembre, la mayoría en la segunda quincena”.
LA SOJA DE SEGUNDA
Para la soja de segunda el panorama fue diferente, debido a las condiciones climáticas y la lluvia. “Una proporción muy importante del área se empezó a sembrar bastante tarde”, con “el 80% recién después del 20 y 30 de noviembre”, indicó. Y en diciembre se sembó el 9% del área total.
Mazzilli señaló que en años anteriores “el inicio de siembra de soja segunda, muchas veces sobre colza, fue mucho más temprano”, lo que marcó una distribución de siembra más amplia que en otras campañas.
Sobre los modos y fechas de siembra, en base a las encuestas, “más del 90% declara siembra directa”, destacó el director. Agregó que, igualmente, según su consideración “existe bastante laboreo a nivel nacional”.
El cambio en las fechas de siembra afectó también las de cosecha. Mazzilli explicó que “una proporción grande del área empezó a cosecharse temprano, en abril”, coincidiendo con el área que se sembró muy temprano. Sin embargo, advirtió que “36% de las chacras” comenzaron la cosecha “recién en la primera década de mayo”. En soja de segunda, aunque hubo cosechas en abril, “la mayor parte inició en mayo”, es decir, tarde.
En este período, la cosecha fue “muy complicada”, consideró Mazzilli. Explicó que fue “largo”, con “13 semanas de reporte de cosecha de soja de primera y 11 de soja de segunda”.
Respecto al tipo de siembra, mencionó que “el 60%, tanto en primera como en segunda, declara usar una plantadora”. Esto representa un avance en términos de calidad de siembra, diferenciándola de la siembra de chorrillo, que se utiliza en el 40% restante. Este dato es favorable desde el punto de vista de la “implantación del cultivo”, comentó.
VARIABILIDAD DE RENDIMIENTOS EN SOJA
“Existe un incremento en la variabilidad de rendimientos de la última década” para el cultivo de soja en el Uruguay, sostuvo el investigador de la Unidad de Economía Aplicada del INIA, Enrique Fernández. Enfatizó que eso “es preocupante desde el punto de vista de la sostenibilidad a largo plazo”, ya que una mayor amplitud en los rendimientos puede tener efectos negativos sobre la estabilidad del sector.
El promedio de rendimiento de la zafra, según la encuesta, fue de 2.412 kilos por hectárea (kg/ha), frente a los 707 kg/ha de la zafra precedente. El investigador consideró que no fue malo, ya que se ubicó como “el quinto” más alto de los últimos 20 años. De todos modos, está “unos 500 kg/ha por debajo del rendimiento máximo, que se registró en el 2018-2019”.
Mencionó que se mantiene “una diferencia de unos 200 kg/ha entre la siembra de primera y la de segunda, que ha sido bastante constante en los últimos años”, con un rango de “2.300 kg/ha en soja de segunda a 2.500 kg/ha en soja de primera”.
La variabilidad interanual de los rendimientos se ha incrementado notoriamente en la última década. El análisis de la heterogeneidad de rendimientos por región mostró diferencias significativas. Fernández comentó que “en las sojas de primera el litoral norte (2.879 kg/ha) y el litoral centro sur (2.808 kg/ha) se diferenciaron del resto del país”. En contraste, el noreste se presentó como la zona con los rendimientos más bajos, al lograr un promedio de 1.866 kg/ha, mientras que en el centro se lograron 2.434 kg/ha, y en el este se llegó a 2.128 kg/ha.
En la soja de segunda el litoral-norte promedió 1.758 kg/ha, el litoral-centro y sur llegaron a 2.513 kg/ha, el centro del país logró 2.131 kg/ha y el este alcanzó un promedio de 1.965 kg/ha. La superficie fue de 1,34 millones de hectáreas, el 48% del área fue de primera y el 53% de segunda.
Respecto a la producción total de soja, destacó que “llegó a los mismos niveles que habíamos tenido en la zafra 2021-2022, de 3,3 millones de toneladas”.
PROBLEMAS EN POSCOSECHA Y CALIDAD
El investigador comentó que “el exceso de precipitaciones complicó la calidad del grano y la cosecha hacia fines de la zafra”. El retraso en la entrada del grano a acopio desplazó “el pico de entrada de mayo hacia junio”, debido a las condiciones climáticas. Como consecuencia del exceso hídrico, hacia fines del ciclo del cultivo la humedad promedio del grano se ubicó en 17% y el 75% del grano cosechado requirió secado.
En regiones como el centro y el litoral norte “casi el 90% de la cosecha requirió algún tipo de secado”, y el costo de este proceso fue el más alto de las últimas zafras, ubicándose “en US$ 12 por tonelada de grano secado”.
Fernández reportó que el grano dañado se ubicó en 4%, y la proteína promedio fue 32%, el menor valor de las cuatro zafras. El valor de materia grasa fue 20%. Y el 45% del grano cosechado fue a prelimpieza, con un incremento por materias extrañas, que llegó a 34%, y una menor prelimpieza por malezas cuarentenarias: 20%.
En la zafra pasada el costo de la soja de primera estuvo en US$ 747 por hectárea, incluyendo el costo del puente verde. A la vez, en el caso de la soja de segunda el costo llegó a “US$ 640 por hectárea”. El costo total de producción se mantuvo estable respecto a la zafra pasada, aunque hubo cambios en la composición, por una baja fuerte de los precios de los fertilizantes y fitosanitarios. Pero a la vez se registró un incremento en los costos relacionados con el rendimiento, como flete y secado.
Por otra parte, indicó que el precio de la soja al final de la zafra “cerró con un promedio de US$ 414 por tonelada”, se redujo 20% con relación a la zafra anterior, cuando fue de US$ 515 por tonelada.
Otra diferencia con respecto a la zafra 2022-2023 fue que en aquel momento se vendió mucha soja al principio, a precios más altos, y menos al final; mientras que en esta zafra no hubo variaciones de precios muy importantes.
Los márgenes de la soja de primera fueron “mejores” que los del año pasado, cuando el margen “fue negativo” por la sequía. Durante la última campaña la soja de primera llegó a US$ 302 por hectárea, antes de pagar arrendamientos, y la soja de segunda alcanzó US$ 310 por hectárea”.
Según la Dirección de Estadísticas Agropecuarias (DIEA), el costo promedio del arrendamiento de tierra fue de US$ 323 por hectárea al año. En Soriano y Colonia fue de US$ 400 por hectárea, en Río Negro US$ 368, en Flores US$ 298, en Canelones US$ 292, en San José US$ 285, en Paysandú US$ 263 y en Durazno y Florida US$ 248 por hectárea.
Al contemplar esta variable, la soja de primera generó “un margen negativo o cercano a cero”, indicó. Mientras que la soja de segunda, al asignarle “la mitad de esa renta, el margen se acerca a US$ 150 por hectárea”.
También detalló que el 76% de los arrendamientos está fijado en kilos de producto, el 13% en precio fijo y el 11% en medianería o aparecería.
Fernández también mencionó que las zonas del litoral y centro tuvieron buenos desempeños, mientras que el noreste “se vio bastante afectado” por motivos climáticos durante la cosecha. En cuanto al contrato de seguros, detalló que “72% contrató seguro de resiembra, 50% de granizo e incendio, de rendimiento y seguía 29%, por falta de piso 25% y viento 18%”. Y destacó que “todos los productores que contrataron seguros afirmaron que volverían a contratarlo”, lo que refleja “confianza” en esa herramienta.
Nota de Revista Verde N°118