Ganadería

La academia europea encolumnada en contra de la producción ganadera

9 de abril de 2025

Estudiante uruguaya de doctorado cuenta sus experiencias y analiza las razones que sostienen ese discurso, los mitos, contradicciones y el camino que debe seguir el país

Opinión: Ing. Agr. Sofía de León – Desde Países Bajos

Salir del país más ganadero del mundo para aprender sobre producción de alimentos exige prepararse para abrir el paraguas. Una no puede entender lo que se encuentra en el sitio al que va si no sabe de dónde viene. Alberto Methol Ferré llamaba al bioma Pampa –con su producción ganadera– “un sitio extraordinario de automación biológica, en una especie de cibernética natural”. Lo que para mí es una obviedad, en otros sitios puede ser una rareza.

Me mudé al otro lado del océano Atlántico para ampliar mis herramientas en temas relacionados con mi profesión –la agronomía– y puedo afirmar que vengo cumpliendo mis objetivos con creces. Aquí convergen mentes de todo el mundo, recursos, pluralidad de perspectivas y líneas de investigación innovadoras. Sin embargo, hay un tema en el que el discurso mantiene bajo una misma línea a buena parte de la academia: la producción de carne vacuna.

En los países desarrollados los altos niveles de consumo de carne per cápita se asocian a dietas deficientes y enfermedades cardiovasculares. Muchas veces consumida ultraprocesada, con distintos niveles de sodio y perfil lipídico a un churrasco convencional. Asimismo, el modelo intensivo de producción de carne se relaciona con el cambio climático. Mientras tanto, gran parte del mundo experimenta niveles insuficientes de consumo de proteínas animales. Este contraste alimenta un debate global en el que la producción de alimentos, en especial la de carne de vaca, es señalada como responsable del aumento descontrolado del efecto invernadero.

Un monolito llamado academia

En el transcurso por el ámbito académico, todas mis asignaturas dedican parte de sus contenidos a repetir que el consumo de carne es un factor crítico en el cambio climático. Se promueven productos ultraprocesados etiquetados como “veganos” como alternativas más sostenibles que la carne. Este discurso puede escucharse casi al unísono en distintos cursos, siempre y cuando el académico en cuestión no esté vinculado a los sistemas de producción animal. Si no es ese el caso, es sorprendentemente recurrente.

Sin embargo, las cifras cuentan otra historia: el transporte y la industria generan el 75% de las emisiones, mientras que el sector agrícola contribuye entre 15% y 20%, y la ganadería específicamente apenas 6%. Esto incluso depende del indicador con el que se mida.

Por eso, es difícil que sobre un rubro que ya está preconcebido como malo se pueda discutir y tener distintas formas de ser concebido y llevado a cabo. El famoso “depende”, de nuestra formación como ingenieros agrónomos, es un eco que resuena lejos desde la periferia del mundo.

Esta narrativa ignora que gran parte de las emisiones históricas se concentraron en los países ricos desde la Revolución Industrial y que los sistemas ganaderos sostenibles predominan en regiones en desarrollo, donde las contribuciones históricas al cambio climático han sido mínimas. A su vez, estas regiones carecen de los recursos comunicacionales para contrarrestar esta narrativa y presentar sus propias realidades.

Las razones para este discurso de parte de la academia en el Viejo Continente son variadas. Puede explicarse, en parte, por la fragmentación del conocimiento. A diferencia del modelo educativo del Cono Sur, en el mundo desarrollado la especialización conduce a enfoques altamente compartimentados.

Otra razón puede ser el lado filoso del prestigio que se le da al docente. Un docente universitario de trayectoria goza de un estatus social distinto al que estamos acostumbrados. Como parte de su rol, es normal que con el paso de los años se avoquen a hablar en clases o conferencias de temas que no son su especialidad, en una especie de compromiso social. Así fue que escuché a docentes brillantes, muy idóneos en su área de conocimiento, repetir argumentos sobre la producción de carne, que carecen de un análisis somero.

Los mitos recurrentes

Los mitos en torno a la ganadería resuenan con fuerza. Uno de los más comunes es el mito de la competencia alimentaria: que el ganado consume cultivos que podrían alimentar a las personas. Lo cierto es que la mayor parte de la dieta del ganado consiste en subproductos y desechos agrícolas que los humanos no pueden consumir. Eso se convierte en proteína de alta calidad y asimilación.

También se afirma que la ganadería ocupa tierras que podrían destinarse a cultivos. Sin embargo, muchas de estas tierras son marginales, poco aptas para agricultura. Otro mito es que el área destinada a cultivos forrajeros equivale a monocultivo. En realidad, las pasturas artificiales cumplen un rol clave en las rotaciones, mejorando suelos y reduciendo impactos negativos.

Se omite además el rol social de la ganadería: en muchas regiones, especialmente las menos desarrolladas, es el sustento de miles de pequeños productores y familias rurales.

Narrativas encontradas

No se debe ser ingenuo: la industria de ultraprocesados y «proteínas alternativas» está recibiendo inversiones masivas, muchas de las cuales fluyen hacia la academia. Para posicionar estos productos, se construyen narrativas que apelan a consumidores de alto poder adquisitivo. En ese contexto, lo político supera a lo técnico.

Uruguay, a través de INAC y la Cancillería, ha trabajado para revertir estos discursos, aunque persisten contradicciones internas. Por ejemplo, en 2022 un documental auspiciado por una embajada y proyectado en el Planetario de Montevideo sugería a niños uruguayos reducir su consumo de carne y lácteos para “salvar el planeta”, sin considerar el contexto local.

Conocer para definir

Es necesario que los uruguayos entendamos y comuniquemos nuestra realidad: vivimos en el bioma Pampa, con una tradición ganadera arraigada desde la época colonial. Nuestros sistemas, basados en pastizales y rotaciones, son sostenibles y fundamentales para la economía y la conservación ambiental.

El modelo productivo del Cono Sur, que ya se comercializa como «carne carbono neutro» u «orgánica», debe ser defendido y promovido con argumentos técnicos y comunicacionales claros. Si nosotros no lo entendemos y valoramos, será muy difícil explicárselo al mundo.

Revista VERDE N° 120 – Nota completa AQUÍ

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